Vi un destello azul en la taza de café, no entendía
que era lo que estaba pasando. Intenté agarrarla pero las manos me quemaban, ya
no las podía soportar. Todo era negro, no veía nada. El perfume de las
margaritas desapareció por completo y no escuchaba el ruido de la televisión
que , hasta lo que recordaba, estaba encendida detras mío. De repente perdí el
conocimiento, solo sentía un lejano sonido dentro mío. Un pálpito que no paraba
jamás. Comenzé a escuchar voces dentro de mi, voces propias, voces que decían
palabras conocidas. Luego se transformaron y salieron de mi, para pasar a ser
voces que me llamaban, me llamaban desesperadamente. Gritos de terror, suplicas
a Dios.
De pronto volví a sentir mis manos, mi boca y mis
ojos. Los abrí y vi a toda esa gente mirandome aterrada. Pero yo me sentía
tranquila, me sentía hermosa. La gente eran solo espectros de la realidad, los
veía como monstruos. No sentía miedo en lo más mínimo, me sentía en sueños.
Pero los gritos cesaron, aumentaron terriblemente. Oía mi nombre repetidamente,
como si me estuviera muriendo. Volví a cerrar los ojos y los gritos se hicieron
aún mayores, y terminaron en llantos desconsolados.
Comenzé a sentir algo en el hombro y abrí rapidamente
los ojos. Un hombre me indicaba que me tenía que
levantar. Me senté, miré alrededor y comprendí todo. Le pedí disculpas y me
levanté de ese banco ubicado en un lugar apartado de la plaza.